VARGAS LLOSA
El premio nobel de literatura reveló que uno de sus primeros trabajos consistía en contar muertos. Además, agradeció a su agente literaria, Carmen Balcells. ´Sería leído por la décima parte de los lectores que tengo si no hubiera sido por ella´
CESAR VALLEJO
Ciro Alegría, quien fuera alumno suyo en el Colegio Nacional de San Juan, cuenta en El César Vallejo que yo conocí, esta conversación que se llevó a cabo entre la abuela de César y un circunspecto señor, cargado en años y sapiencia:
“¿Y a qué año va a ingresar? –le preguntó refiriéndose a Ciro.
“Al primer año de primaria... ”
El anciano por poco dio un salto y luego dijo, muy excitado:
“¡Mi señora! Esa ya no es cuestión de colegios sino de buen sentido... ¿Sabe quién es el profesor del primer año de San Juan? Pues ese que se dice poeta, ese César Vallejo, un hombre a quien le falta un tornillo...”
“Al fin y al cabo... para el primer año... –dijo mi abuela, tratando de calmarlo”.
“Recuerdo perfectamente, que, cierta vez, llegó un tío enarbolando un diario en el cual había un poema de César Vallejo. Avanzó hacia nosotros.
--A ver, Rosita, quiero que me expliques esto: ¿Dónde estarán sus manos que en actitud contrita, planchaban en las tardes blancuras por venir? ¿Esto es poesía o una charada? A ver, explíqueme...
“Mi tía Rosa tomó el diario y, a medida que iba leyendo, su faz enrojecía. La mujercita frágil y nerviosa que era, se irguió por fin llena de rabia y le respondió:
--“Este es un hermoso poema y si no lo entiendes, la culpa no es de Vallejo sino tuya, que eres un bruto...
Idilio Muerto
Qué estará haciendo esta hora mi andina y dulce Rita
de junco y capulí;
ahora que me asfixia Bizancio, y que dormita
la sangre, como flojo cognac, dentro de mí.
Dónde estarán sus manos, que en actitud contrita
planchaban en las tardes blancuras por venir;
ahora, en esta lluvia que me quita
las ganas de vivir.
Qué será de su falda de franela, de sus
afanes, de su andar;
de su sabor a cañas de mayo del lugar.
Ha de estarse a la puerta mirando algún celaje,
y al fin dirá temblando: «Qué frío hay... Jesús!».
Y llorará en las tejas un pájaro salvaje.
“¿Y a qué año va a ingresar? –le preguntó refiriéndose a Ciro.
“Al primer año de primaria... ”
El anciano por poco dio un salto y luego dijo, muy excitado:
“¡Mi señora! Esa ya no es cuestión de colegios sino de buen sentido... ¿Sabe quién es el profesor del primer año de San Juan? Pues ese que se dice poeta, ese César Vallejo, un hombre a quien le falta un tornillo...”
“Al fin y al cabo... para el primer año... –dijo mi abuela, tratando de calmarlo”.
“Recuerdo perfectamente, que, cierta vez, llegó un tío enarbolando un diario en el cual había un poema de César Vallejo. Avanzó hacia nosotros.
--A ver, Rosita, quiero que me expliques esto: ¿Dónde estarán sus manos que en actitud contrita, planchaban en las tardes blancuras por venir? ¿Esto es poesía o una charada? A ver, explíqueme...
“Mi tía Rosa tomó el diario y, a medida que iba leyendo, su faz enrojecía. La mujercita frágil y nerviosa que era, se irguió por fin llena de rabia y le respondió:
--“Este es un hermoso poema y si no lo entiendes, la culpa no es de Vallejo sino tuya, que eres un bruto...
Idilio Muerto
Qué estará haciendo esta hora mi andina y dulce Rita
de junco y capulí;
ahora que me asfixia Bizancio, y que dormita
la sangre, como flojo cognac, dentro de mí.
Dónde estarán sus manos, que en actitud contrita
planchaban en las tardes blancuras por venir;
ahora, en esta lluvia que me quita
las ganas de vivir.
Qué será de su falda de franela, de sus
afanes, de su andar;
de su sabor a cañas de mayo del lugar.
Ha de estarse a la puerta mirando algún celaje,
y al fin dirá temblando: «Qué frío hay... Jesús!».
Y llorará en las tejas un pájaro salvaje.
CIRO ALEGRIA BAZAN
Sólo un año bastó para que el pequeño Ciro se convirtiera en un gran admirador de Vallejo, pese a no comprender en ese entonces muchos de sus poemas. En sus memorias Ciro Alegría nos ha dejado interesantes y graciosas anécdotas ocurridas durante ese año de estudios, que a la par nos hacen conocer un lado para muchos desconocidos del gran César Vallejo.
Algo que le complacía mucho era hacernos contar historias, hablar de las cosas triviales que veíamos cada día. He pensado después en que sin duda encontraba deleite en ver la vida a través de la mirada limpia de los niños y sorprendía secretas fuentes de poesía en su lenguaje lleno de impensadas metáforas. Tal vez trataba también de despertar nuestras aptitudes de observación y creación. Lo cierto es que, frecuentemente, nos decía: "Vamos a conversar"... Cierta vez se interesó grandemente en el relato que yo hice acerca de las aves de corral de mi casa. Me tuvo toda la hora contando cómo peleaban el pavo y el gallo, la forma en que la pata nadaba con sus crías en el pozo y cosas así. Cuando me callaba, ahí estaba él con una pregunta acuciante. Sonreía mirándome con sus ojos brillantes y daba golpecitos con la yema de los dedos, sobre la mesa. Cuando la campana sonó anunciando el recreo, me dijo: "Has contado bien". Sospecho que ése fue mi primer éxito literario.
Algo que le complacía mucho era hacernos contar historias, hablar de las cosas triviales que veíamos cada día. He pensado después en que sin duda encontraba deleite en ver la vida a través de la mirada limpia de los niños y sorprendía secretas fuentes de poesía en su lenguaje lleno de impensadas metáforas. Tal vez trataba también de despertar nuestras aptitudes de observación y creación. Lo cierto es que, frecuentemente, nos decía: "Vamos a conversar"... Cierta vez se interesó grandemente en el relato que yo hice acerca de las aves de corral de mi casa. Me tuvo toda la hora contando cómo peleaban el pavo y el gallo, la forma en que la pata nadaba con sus crías en el pozo y cosas así. Cuando me callaba, ahí estaba él con una pregunta acuciante. Sonreía mirándome con sus ojos brillantes y daba golpecitos con la yema de los dedos, sobre la mesa. Cuando la campana sonó anunciando el recreo, me dijo: "Has contado bien". Sospecho que ése fue mi primer éxito literario.
RICARDO
PALMA
Llegó el momento en que había que
asistir a la fiesta y nuestro tradicionista se dirigió a ella llevando a su
hijo de la mano. Al llegar a la casa donde se realizaría la reunión, le pidió a
Ricardito que se escondiera detrás de una mampara de la antesala diciéndole:
-"Quédate aquí, hijito, y no te muevas hasta que yo te llame, no tengas miedo que va a ser muy pronto".
El tradicionista hizo un ingreso apresurado al salón, donde los miembros de la Real Academia de la Lengua y demás invitados lo esperaban, y los saludo diciendo pausadamente:
-"Muy buenas ténganlas ustedes, muy señores míos, y que sea En el nombre del Padre.......y del Espíritu Santo".
Los académicos pensando que le habían cazado una falla al tradicionista, le replicaron al unísono:
-"Cómo es eso Señor Don Ricardo, ¿qué ha hecho usted del Hijo?".
Y el gran tradicionista, más pícaro y vivaz que todos ellos, gritó alegremente:
-"Ricardito, ven hijo, entra, que te reclaman".
Así que Ricardito sin esperar otro llamado se puso, de un salto, en medio del salón. A los académicos no les quedó otra cosa que ponerse a reír al darse cuenta la manera ingeniosa con la cual nuestro tradicionista les devolvió la broma que pretendieron gastarle con la esquelita de invitación.
P.D.
Anécdota extraída del libro "La Lima Criolla de 1900"
de Eudocio Carrera Vergara, edición corregida y aumentada,
Lima 1954.
-"Quédate aquí, hijito, y no te muevas hasta que yo te llame, no tengas miedo que va a ser muy pronto".
El tradicionista hizo un ingreso apresurado al salón, donde los miembros de la Real Academia de la Lengua y demás invitados lo esperaban, y los saludo diciendo pausadamente:
-"Muy buenas ténganlas ustedes, muy señores míos, y que sea En el nombre del Padre.......y del Espíritu Santo".
Los académicos pensando que le habían cazado una falla al tradicionista, le replicaron al unísono:
-"Cómo es eso Señor Don Ricardo, ¿qué ha hecho usted del Hijo?".
Y el gran tradicionista, más pícaro y vivaz que todos ellos, gritó alegremente:
-"Ricardito, ven hijo, entra, que te reclaman".
Así que Ricardito sin esperar otro llamado se puso, de un salto, en medio del salón. A los académicos no les quedó otra cosa que ponerse a reír al darse cuenta la manera ingeniosa con la cual nuestro tradicionista les devolvió la broma que pretendieron gastarle con la esquelita de invitación.
P.D.
Anécdota extraída del libro "La Lima Criolla de 1900"
de Eudocio Carrera Vergara, edición corregida y aumentada,
Lima 1954.
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